Compartimos otro relato de Don Claudio Buffevant, titulado "Mi paso por Rigolleau", y publicado en el libro "El Berazategui que viví II" editado por la Asociación Orígenes de Berazategui
Mi paso por Rigolleau
Mi paso por Rigolleau me dejó alegrías y tristezas. Entré en el año 1940 en la Sección Vidrio Blanco. Llevaba el "archa" a dos oficiales, uno era Amoribello y el otro Urlanga. Uno, con la caña sacaba vidrio del horno y lo ponía en el molde, y el otro lo prensaba. En términos vidrieros eran un sacador y un prensista.
Mi trabajo era el de llevar el "archa" que consistía en llevar lo prensado, que podían ser vasos, potes o cualquier otro producto al archa, que era un horno, poniendo el producto en una cinta de tejido de alambre que conducía hasta el otro extremo. Con ese procedimiento quedaba la pieza templada y no reventaba.
Era penoso hacer ese trabajo, les pagaban por piezas, el archa estaba a unos veinte metros de los oficiales y agravado porque trabajaban a destajo. Terminaba las ocho horas escaldado por lo caminado y por el calor. Lo mío no era nada, lo sentía por los menores que hacían el mismo trabajo.
Hay un testimonio de esos años en una foto sacada en la misma sección, que se muestra en el Museo Histórico y Natural de Berazategui, donde se aprecia a los chicos con pantalones cortos.
En ese tiempo no había sindicalismo; por eso el abuso. Pero cuando lo tuvimos, les voy a contar lo que pasaba. Era más o menos entre el cuarenta y el cincuenta, después de pasar por "Vidrio Blanco", entré al taller de producción. En ese tiempo Rigolleau contrató a un maestro francés para que los hijos del personal aprendieran mecánica en forma gratuita, al maestro lo llamaban "Caballo de Bolsa" por lo alto y encorvado. En esos años habían cambiado tantas cosas que si un capataz miraba de reojo a un delegado podía haber un paro, lo notable era que a esos paros también se adherían los aprendices.
En los años que trabajé en el taller, lo que más me conmovió, fue que una mañana Don Jorge Batuello, un italiano de Alta Italia, que era jefe nuestro, vino con el diario y trajo la noticia de que el "polaco", la noche anterior, se había matado con la moto en el río de Quilmes. Era un hombre muy querible. Tanto era así, que un amigo calabrés se golpeaba la cabeza en la pared. Allí afloró la idiosincracia de los que trabajábamos con el polaco. Como era herrero hacía tijeras para cortar vidrio, para cercos, cuando los amigos se lo pedían.
Un viejo alemán le encargó una, cuando se enteró que se había matado lo primero que dijo fue: "Atogante", no terminó "tijega".
Nosotros los muchachos argentinos, conociendo la vida que hacía, como la noche del accidente que venía de un boliche que tenía un paisano, con la tristeza que nos dio su muerte, nos quedó como conformidad decir: ¡quién le quita lo bailado!
Estos son los detalles de mi vida en Rigolleau.
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