lunes, 7 de septiembre de 2015

Los maizales

Compartimos otro relato de Don Claudio Buffevant, titulado "Los maizales", publicado en el libro "El Berazategui que viví II", editado por la Asociación Orígenes de Berazategui.

Los maizales

Los muchachos del cuarenta no necesitábamos mucho para disfrutar del espectáculo que la naturaleza nos brindaba.

En Berazategui, donde hace poco pusieron la piedra fundamental del hospital público policial, había varias hectáreas de maizales, con la consiguiente variedad de pájaros.

Los que me llamaba la atención eran las bandadas de mixtos. No es exagerado decir que tapaban el sol.


Cuando levantaban vuelo parecían una ráfaga de viento trayendo sus finos trinos. Qué notable ver entre miles, a uno extraño que era bien recibido por la bandada: eran canarios. Lo pintoresco era cómo se distinguían de los mixtos que son amarillos, parecía uno de ellos albino. Cuando los mixtos se juntaban, hacían sus nidos en el campo. 
Era fácil encontrarlos, porque salían volando con dificultad, como tullidos por estar tanto en el nido. Nos daba pena ver que casi todos los nidos tenían huevitos de renegridos.
Un domingo salí temprano para ver las bandadas. Cuando llegué me encontré con tres hombres, que cerca del maizal habían puesto una red con guía. Cuando pasaba la bandada lo hacían volar y los pobres inocentes caían bajo la red. Así agarraban cientos, algunos bien amarillos otros más claros, para ellos todos eran iguales, los mataban retorciéndoles el pescuezo. Con la pena de ver eso con mis doce años, les pregunté por qué los mataban y me contestaron, para hacer polenta. Pasaron sesenta y cuatro años de ese crimen, me acuerdo como si fuera hoy.

Días pasados conversando con los hermanos Farela, quienes en esos tiempos tenían la quinta frente al maizal, comentábamos que habían desaparecido los mixtos y las cachirlas; por los depredadores como el hombre y los renegridos. Eso sí, de ellos, cada día hay más, vienen a dormir al pueblo.
Del otro lado del maizal, había una hilera de viejas higueras con variedad de clases que los muchachos y chicas las disfrutábamos. Haciendo un poco de historia, ese campo a fines del siglo XIX, había sido tierra del Coronel Julio Campos, que el sábado 26 de julio de 1890 fallece, víctima de la Revolución.

Volviendo al tema, si bien las higueras no eran nuestras, era lo mismo, porque los actuales dueños eran tan benévolos, que parecía campo abierto. Cualquiera podía, sin permiso, cazar, ranear o cortar cardos. Tenía trescientas hectáreas hasta el río. Los cazadores debían respetar el no tirar cerca de las vacas lecheras, cerca o arriba de las parvas que tenían chapas ya que por la chispa de los perdigones podían prenderse fuego.

Volviendo a las viejas higueras, recuerdo que en ese tiempo, los curanderos de turno decían que marcando en el tronco el pie en que estaba la hernia, se curaba. El proceso era poner el pie del lado saliente y con un cuchillo filoso cortar la corteza con la forma del pie. La creencia era que cuando se unía, la hernia se curaba. No solo sufrían esas agresiones, más de una de ellas estaban dañadas por rayos; al estar el pararrayos en la chimenea del edificio de Obras Sanitarias, algunos no llegaban y caían sobre ellas.
En el 1936, de noche, una centella fulminó ocho vacas lecheras cerca de las higueras.


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