Compartimos con Ustedes otra nota que nos envía Ana María de Mena:
EL CENTRO CULTURAL “L. F.
RIGOLLEAU”
LEGADO DE IVONNE NECOL
CUMPLE 45 AÑOS
A fines
del Siglo XIX Gastón Rigolleau importaba papel y tinta a la Argentina y, cuando
una huelga de obreros paralizó la producción de frascos de vidrio para envases,
empezó su fabricación, para seguir proveyendo tinta, por entonces un importante
medio de escritura sobre papel, además de los lápices.
Entre
1906 y 1908 construyó en Berazategui la planta fabril a la que dio nombre. Su
hijo, Víctor León Fourvel Rigolleau continuó la evolución de la que fue la
empresa vidriera más importante de Sudamérica, trayendo artesanos europeos que
formaron a los sopladores argentinos. Recorría establecimientos fuera del país
observando tecnologías y productos, para incorporar a la firma.
Con la
dirección del maestro Gerónimo Narizzano, fundó allí el Ateneo Rigovisor,
instituto de perfeccionamiento para obreros de la firma que extendió sus
actividades a la población, ofreciendo gratuitamente alternativas de formación
y de divulgación cultural. Propició además experimentaciones artísticas, de
donde nacieron talladores reconocidos como Francisco Ragas, el escultor Félix
Berdyszczak y la vitralista Lucrecia
Moyano. Fue una vanguardia educativa que dejó huellas en varias generaciones.
En lo artístico inició a pintores y escultores de trayectoria destacada.
El
Ateneo Rigovisor es reconocido como una de las primeras iniciativas de
capacitación al personal, por parte de una industria en nuestro país. Es
también, el lugar donde germinaron las incontables semillas artísticas que
sembró Gerónimo Narizzano, como lo hizo en la Biblioteca Popular Manuel
Belgrano, los talleres municipales y el Centro Cultural motivo de este artículo.
León,
recordado por quienes lo conocieron como un hombre atento a las necesidades de
su personal estaba casado con una mujer
francesa: Ivonne Necol. Ella apoyó que propiciara en Quilmes -distrito del que Berazategui
formaba parte entonces- la creación de un cuartel de bomberos voluntarios, una sala
de primeros auxilios, el Policlínico del Vidrio y otras iniciativas que
contribuyeron al crecimiento comunitario. Ellos apadrinaron la Parroquia
Sagrada Familia.
Rigolleau
se retiró de la empresa en 1958 y falleció dos años después. Tiempo más tarde,
la plazoleta ubicada entre las calles 14 entre Pellegrini y Garay, fue
bautizada con su nombre, igual que la avenida de acceso desde el Camino General
Belgrano. Sin hijos, su esposa también se desvinculó del directorio de la firma.
Ivonne conservaba
vidrios artísticos y cristales especiales, acumulados a lo largo de viajes por los
cinco continentes. A veces se quejaba porque las mucamas rompían sin querer
alguna pieza mientras la limpiaban.
En los
años '70 residía en un piso del Edificio Kavanagh de Buenos Aires, cuyo
ascensor principal no usaba, por no cruzarse con Alfredo Martínez de Hoz
ministro de Economía del Proceso, quien vivía allí, por temor a un atentado, a
propósito de su presencia. Utilizaba el elevador de servicio.
Una
entrevista publicada años después consigna sus propósitos “Yo deseaba recordar
el nombre de mi esposo construyendo un edificio que estuviera en la comunidad
por la que tanto cariño guardaba… además León adoraba el vidrio y por eso
dedicó sus afanes a investigar y divulgar sus usos”.
Así
proyectó construir un museo del vidrio en Berazategui, pese a la resistencia de
familiares que desaprobaban las inversiones que demandaría. No oyó reclamos y
afrontó las dificultades de ese propósito con un proyecto del arquitecto Emilio
Menvielle, y los únicos alientos de un amigo de su esposo, el ing. Pierre
Roubalski, y el de una hermana Mercedes.
Roubalski
había formado parte de varias iniciativas para el progreso de Berazategui, como
la instalación de telefonía automática, la puesta en marcha del Instituto
Politécnico Industrial y haber colaborado con la Sala de Primeros Auxilios de
Ranelgh, el colegio Nuestra Señora y la Comisión de Cultura. Entonces vivía en
Buenos Aires en las proximidades del Congreso Nacional y semanalmente visitaba
el distrito. Era un hombre cordial, menudo que, llevando un portafolio de cuero
negro recorría algunas oficinas de la municipalidad, saludaba a sus conocidos y
dejaba caramelos en los escritorios; para los fines de año los reemplazaba por calendarios
de bolsillo que hacía imprimir con alguna frase reflexiva.
Él fue
clave en algunas decisiones de la sra. de Rigolleau, por ser una persona en la
que ella confiaba. En más de una ocasión la escuchó lamentarse porque afrontó disgustos
con la construcción del edificio, y debió pagar dinero extra al previsto en el
presupuesto inicial. Esto ocurrió porque hubo anomalías. Como ejemplo, se puede
citar que el alfombrado del auditorio se colocó dos veces dado que en la
primera ocasión fueron insuficientes los metros de alfombra comprada…
Eran los
primeros años de la década del ’70 que transcurrieron para ella entre desatinos
como el citado y objeciones familiares.
Mientras
tanto, en Berazategui la Dirección de Cultura había estado casi inactiva
durante bastante tiempo, porque el proceso militar la había considerado un
reservorio de jóvenes de izquierda. Una serie de circunstancias ocasionales
-hoy anecdóticas- determinaron que se reimpulsara el área, a cuyo frente fue
designada Mabel Beatriz Harsich de Slingo, de la cual dependían el Jefe
Ceremonial y Prensa y los empleados. Ellos eran Enrique Héctor Rodríguez, el
fotógrafo Leonardo Ledesma y la periodista que esto escribe. En el equipo de
Cultura estaban Don Gerónimo Narizzano y las prof. Graciela Cerutti y Ana María
Cora que llevaban adelante talleres de arte. A ellos se sumaron Ema Fedele de
Biancolini y Rodolfo Simar Rossi que se desempeñaban en otras áreas
municipales. También se incorporaron el Prof. Pedro Carlos Costa, Alicia Edith
Müller, Don Félix y María Margarita Berdyszak.
El
secretario de Gobierno del que dependía la citada Dirección era el Prefecto
(RE) Angel Arturo Palmero, quien se encargó de visitar a la viuda de Rigolleau,
previas entrevistas pactadas por intermedio del Ing. Roubalski. Sus modales galantes,
sus palabras corteses y la compañía de una esposa agradable, encaminaron
acciones para persuadir a la sra. Ivonne, y terminaron por convencerla de donar
el edificio a los vecinos, a través de la cesión al Municipio. También hubo que
hacer gestiones ante el Obispado de Avellaneda, en cuya diócesis estaba
incluido el partido de Berazategui, propietario de los terrenos sobre los que
se había levantado el edificio. Éste constaba de un auditorio, una sala,
oficinas y vivienda para un sereno.
El resto
fueron trámites que se hicieron sin pérdida de tiempo y, finalmente, el 24 de
mayo de 1978 se inauguró el Centro Cultural "León F. Rigolleau". La
sra. Ivonne asistió al acto satisfecha de haber conseguido el propósito de recordar
el nombre de su esposo. Lo hizo acompañada de su hermana Mercedes. Las puertas
se abrieron con una muestra del maestro Gerónimo Narizzano, un concierto del
guitarrista Cacho Tirao y un recital poético con Biby Fedele, Pedro Costa y
Rodolfo Rossi.
Al
ingresar el público recibió escarapelas -era la Semana de Mayo- y las señoras
fueron obsequiadas con ramitos de violetas, gesto que se reiteró en las veladas
de gala previas al día patrio de los años siguientes.
Fuera de
programa el secretario de Gobierno habló al público -el auditorio estaba
colmado- y fue convocando al escenario a quienes habíamos trabajado. Llegaron
tan hondo sus palabras que, poco a poco y uno a uno, fuimos bajando la cabeza
emocionados.
A
medianoche se entonó el Himno Nacional con lo que concluyó una jornada
inolvidable para quienes asistimos
EL
EQUIPO DE TRABAJO INICIAL Y LOS PRIMEROS PASOS
Dos años
antes aproximadamente, habíamos comenzado a desempeñarnos en el séptimo piso
del monobloc donde funcionaba la Municipalidad. Éramos un grupo de entusiastas
que trabajábamos con mucho empuje, como ocurre cuando hay pasión. Para todos,
especialmente para quienes éramos más jóvenes, se convirtió en un espacio para
el aprendizaje, la creatividad, y el crecimiento. En muchos aspectos fue
Narizzano el maestro del que aprendimos sobre muestras, talleres, cómo encarar
una actividad, cómo definir un catálogo, por dónde transitar los senderos de la
cultura y sus múltiples expresiones…Por Mabel Harsich supimos de los
procedimientos administrativos.
En los
primeros tiempos de actividad fuimos conformando un equipo donde las jerarquías
estaban en los sellos, porque a la hora de trabajar todos hacíamos de todo…
Pintar un cubo que soportaría una vasija de cerámica, tramitar el préstamo de
un objeto histórico en un museo, barrer el piso, conseguir el patrocinio de
alguna empresa para afrontar gastos, limpiar vidrios o dialogar con el agregado
cultural de una embajada… Que la sala y el auditorio lucieran en orden y
armonía era el objetivo y nadie rezongaba por hundir las manos en un balde con
detergente.
Así nos
fuimos conociendo y las charlas de trabajo se intercalaron con asuntos
personales cotidianos, que derivaron en la conformación de un clan unido.
Inicialmente,
en un intento de sumar experiencia, se crearon comisiones honorarias de
artistas plásticos y de música. La primera estaba integrada por Ludovico Pérez,
Ferrer Pasquetti, Angel Gargarello, Mario Amisano y Enrique Martinotti,
acompañados por Narizzano y Berdyszak que eran parte del plantel de Cultura.
¿Cómo
olvidar aquellos tiempos de planificación y acción constante? Imborrables las
rabietas entre Narizzano y Ferrer Pasquetti que se sacaban chispas y apreciaban
a la par, mientras los testigos obligados improvisábamos excusas rápidas para
huir de lo que se avecinaba al ver llegar a Pasquetti…
Debido a
que el Centro Cultural quedaba a cuatro cuadras del edificio municipal, era una
suerte de isla ajena a la burocracia, donde las reglas generales de los
empleados públicos se podían dejar de lado. Las actividades de los talleres,
los ensayos, los espectáculos, generalmente se hacían por la tarde y la noche;
entonces el horario matutino del resto del personal no encajaba en el área
cultural. Igual ocurría con el uso de guardapolvos -que eran de color rosa para
el personal administrativo y celeste para el de maestranza- ya que a los
asistentes a una velada de gala, un concierto o una vernissage, se los recibía
con indumentaria que no los incluía. Detalles como esos eran vistos como
privilegios inexplicables por el resto
del personal municipal…
Igual
ocurría con el pago de las horas extras, cuando alguna medida las restringía…
en Cultura hacían falta para cubrir la apertura de muestras y espectáculos,
siempre fuera de los horarios administrativos corrientes, por lo que tronaban
voces lejanas de los que no entendían…
El
público percibía la pulcritud de cada actividad, pero en la organización, los
montajes y las puestas a punto, corríamos invariablemente en los ratos previos,
y con imaginación sorteábamos inconvenientes de último momento. El espectador no
advertía que éramos un equipo-todo-terreno, luchando para que la hora inaugural
llegara con el trabajo terminado. Y, casi siempre lo lográbamos en el límite.
Éramos una suerte de incorregibles marginales de la administración pública.
En esos
quehaceres lidiábamos con los vientos adversos. Y, a veces, con la ignorancia. En
una ocasión en que actuaría la Camerata Bariloche al precio de ofrecer un
refrigerio a los integrantes después del espectáculo, el funcionario al que
debimos pedir autorización para ese gasto mínimo, preguntó con curiosidad ¿Y
los de la Camerata qué hacen…bailan?
También
éramos un grupo de inconscientes… En pleno proceso militar, no nos dábamos
cuenta de los riesgos y arremetíamos con fuerza. En época de listas negras,
invitamos a actuar al Cuarteto Vocal Zupay,
prohibido a principio de los ‘80. Confiábamos en la calidad de lo que
hacían y nos lanzábamos a la difusión para lograr que el público asistiera, sin
medir a qué nos exponíamos.
Una
carta que tiempo después envió Roberto Nazer, el representante de los Zupay,
ilustra la situación y lo insensato de nuestras andanzas, donde dice: “…Gracias
por la ocasión que nos ofrecieron para ponernos en contacto con la magia, que
todavía hoy es posible. Gracias a ustedes. Ojalá tengamos alguna vez ocasión
para ejercitar la obligación de la reciprocidad”.
Imposible
entrar en detalles, pero vale mencionar la presencia de Mederos, el Pro Música
de Rosario, el Coro Nacional de Niños, diálogo con Ernesto Sábato, muestras de
numismática, de artesanías argentinas, de artistas reconocidos, del humor y la
historieta con dibujantes famosísimos… Así llegó el crecimiento que no se
detuvo.
Una
constante era buscar ideas para solventar gastos, porque durante muchos años la
Dirección de Cultura funcionó sin un presupuesto asignado. Pedíamos,
fundamentábamos, intentábamos convencer a las autoridades… y terminábamos
redoblando esfuerzos y encontrando alguna alternativa medio subrepticia que nos
auxiliara. Cuando se colocó el mástil en el frente del edificio también
apelamos al ingenio y con la gente amiga de Obras Públicas que acondicionó una
columna de alumbrado se logró izar la Bandera por primera vez.
Y en
esos fragores, festejábamos cumpleaños, reíamos con las tarjetas personalizadas
que Pedro Costa diseñaba, algunas con caricaturas, que trascendieron tanto que
desde los lugares menos pensados le llegaban los pedidos para otras “producciones”.
Las otras tarjetas, las de saludo navideño que entonces se estilaban, eran
ediciones especiales en las que trabajábamos en equipo para imprimirlas en
serigrafía. Y en una ocasión fueron tabletas de cerámica con la fachada del
Centro Cultural que pintamos entre todos antes de hornearlas. ¡Cuánto amor y
cuánto empeño había, casi sin darnos cuenta!
A veces
reíamos hasta llorar… Y lloramos emocionados en varias oportunidades. También
defendíamos los proyectos ante quien hiciera falta. Urdíamos terribles
venganzas para los que demoraban el trámite que impedía pagar un gasto
necesario… que terminábamos costeando con nuestro dinero hasta que alguna vez lo
recuperábamos… porque casi nada frenaba el quehacer. Sintiéndonos incomprendidos
y furibundos, al rato una nueva idea nos
ocupaba y olvidábamos lo que habíamos tramado para desquitarnos.
Excepto
una vez en que -a riesgo de ver rodar nuestras cabezas sin piedad- tomamos
revancha. Fue pública, muy notoria y grande la diversión de mucha gente durante
semanas… Pero esa travesura/resarcimiento será motivo de otra historia, o,
acaso, de una historieta.
Mientras
tanto, aquí queda constancia del espacio compartido que contribuimos a poner en
marcha y dejó una impronta significativa
en los que participamos. Cada uno siguió su camino, saludablemente marcado por
esas experiencias. El Centro Cultural continuó creciendo, gracias al talento de
mucha gente, y a la paciencia de mucha otra.
En la
memoria de los que seguimos un derrotero propio y en los que se fueron
retirando de aquel primer equipo de trabajo, quedó intacta la hebra invisible
que nos une a ese tiempo de realizaciones incesantes. Entonces podemos decir
con Johann Paul Richter “La memoria es el único paraíso del que no podemos ser
expulsados”. Al contrario, estamos en el espacio -único y privilegiado- de los
iniciadores, del que nunca nos iremos. Un espacio donde muchos sueños fueron posibles.
Ana
María de Mena
Contacto: anamariademena@gmail.com
El Ing. Pierre Roubalski y la sra. Ivonne N. de Fourvel Rigolleau
Dino
Pazzelli, Martín Castro, Angel Palmero, Mabel Harsich, A.M. de Mena, Félix
Berdyszak, y un prefecto funcionario de entonces, escuchando a Gerónimo
Narizzano, en una muestra, diciembre de 1976.
No hay comentarios:
Publicar un comentario