jueves, 25 de mayo de 2023

45 años del Centro Cultural León Fourvel Rigolleau

Compartimos con Ustedes otra nota que nos envía Ana María de Mena:

EL CENTRO CULTURAL “L. F. RIGOLLEAU”

LEGADO DE IVONNE NECOL CUMPLE 45 AÑOS

A fines del Siglo XIX Gastón Rigolleau importaba papel y tinta a la Argentina y, cuando una huelga de obreros paralizó la producción de frascos de vidrio para envases, empezó su fabricación, para seguir proveyendo tinta, por entonces un importante medio de escritura sobre papel, además de los lápices.

Entre 1906 y 1908 construyó en Berazategui la planta fabril a la que dio nombre. Su hijo, Víctor León Fourvel Rigolleau continuó la evolución de la que fue la empresa vidriera más importante de Sudamérica, trayendo artesanos europeos que formaron a los sopladores argentinos. Recorría establecimientos fuera del país observando tecnologías y productos, para incorporar a la firma.

Con la dirección del maestro Gerónimo Narizzano, fundó allí el Ateneo Rigovisor, instituto de perfeccionamiento para obreros de la firma que extendió sus actividades a la población, ofreciendo gratuitamente alternativas de formación y de divulgación cultural. Propició además experimentaciones artísticas, de donde nacieron talladores reconocidos como Francisco Ragas, el escultor Félix Berdyszczak  y la vitralista Lucrecia Moyano. Fue una vanguardia educativa que dejó huellas en varias generaciones. En lo artístico inició a pintores y escultores de trayectoria destacada.

El Ateneo Rigovisor es reconocido como una de las primeras iniciativas de capacitación al personal, por parte de una industria en nuestro país. Es también, el lugar donde germinaron las incontables semillas artísticas que sembró Gerónimo Narizzano, como lo hizo en la Biblioteca Popular Manuel Belgrano, los talleres municipales y el Centro Cultural motivo de este artículo.

León, recordado por quienes lo conocieron como un hombre atento a las necesidades de su personal  estaba casado con una mujer francesa: Ivonne Necol. Ella apoyó que propiciara en Quilmes -distrito del que Berazategui formaba parte entonces- la creación de un cuartel de bomberos voluntarios, una sala de primeros auxilios, el Policlínico del Vidrio y otras iniciativas que contribuyeron al crecimiento comunitario. Ellos apadrinaron la Parroquia Sagrada Familia.

Rigolleau se retiró de la empresa en 1958 y falleció dos años después. Tiempo más tarde, la plazoleta ubicada entre las calles 14 entre Pellegrini y Garay, fue bautizada con su nombre, igual que la avenida de acceso desde el Camino General Belgrano. Sin hijos, su esposa también se desvinculó del directorio de la firma.

Ivonne conservaba vidrios artísticos y cristales especiales, acumulados a lo largo de viajes por los cinco continentes. A veces se quejaba porque las mucamas rompían sin querer alguna pieza mientras la limpiaban.

En los años '70 residía en un piso del Edificio Kavanagh de Buenos Aires, cuyo ascensor principal no usaba, por no cruzarse con Alfredo Martínez de Hoz ministro de Economía del Proceso, quien vivía allí, por temor a un atentado, a propósito de su presencia. Utilizaba el elevador de servicio.

Una entrevista publicada años después consigna sus propósitos “Yo deseaba recordar el nombre de mi esposo construyendo un edificio que estuviera en la comunidad por la que tanto cariño guardaba… además León adoraba el vidrio y por eso dedicó sus afanes a investigar y divulgar sus usos”.

Así proyectó construir un museo del vidrio en Berazategui, pese a la resistencia de familiares que desaprobaban las inversiones que demandaría. No oyó reclamos y afrontó las dificultades de ese propósito con un proyecto del arquitecto Emilio Menvielle, y los únicos alientos de un amigo de su esposo, el ing. Pierre Roubalski, y el de una hermana Mercedes.

Roubalski había formado parte de varias iniciativas para el progreso de Berazategui, como la instalación de telefonía automática, la puesta en marcha del Instituto Politécnico Industrial y haber colaborado con la Sala de Primeros Auxilios de Ranelgh, el colegio Nuestra Señora y la Comisión de Cultura. Entonces vivía en Buenos Aires en las proximidades del Congreso Nacional y semanalmente visitaba el distrito. Era un hombre cordial, menudo que, llevando un portafolio de cuero negro recorría algunas oficinas de la municipalidad, saludaba a sus conocidos y dejaba caramelos en los escritorios; para los fines de año los reemplazaba por calendarios de bolsillo que hacía imprimir con alguna frase reflexiva.

Él fue clave en algunas decisiones de la sra. de Rigolleau, por ser una persona en la que ella confiaba. En más de una ocasión la escuchó lamentarse porque afrontó disgustos con la construcción del edificio, y debió pagar dinero extra al previsto en el presupuesto inicial. Esto ocurrió porque hubo anomalías. Como ejemplo, se puede citar que el alfombrado del auditorio se colocó dos veces dado que en la primera ocasión fueron insuficientes los metros de alfombra comprada…

Eran los primeros años de la década del ’70 que transcurrieron para ella entre desatinos como el citado y objeciones familiares.

Mientras tanto, en Berazategui la Dirección de Cultura había estado casi inactiva durante bastante tiempo, porque el proceso militar la había considerado un reservorio de jóvenes de izquierda. Una serie de circunstancias ocasionales -hoy anecdóticas- determinaron que se reimpulsara el área, a cuyo frente fue designada Mabel Beatriz Harsich de Slingo, de la cual dependían el Jefe Ceremonial y Prensa y los empleados. Ellos eran Enrique Héctor Rodríguez, el fotógrafo Leonardo Ledesma y la periodista que esto escribe. En el equipo de Cultura estaban Don Gerónimo Narizzano y las prof. Graciela Cerutti y Ana María Cora que llevaban adelante talleres de arte. A ellos se sumaron Ema Fedele de Biancolini y Rodolfo Simar Rossi que se desempeñaban en otras áreas municipales. También se incorporaron el Prof. Pedro Carlos Costa, Alicia Edith Müller, Don Félix y María Margarita Berdyszak.

El secretario de Gobierno del que dependía la citada Dirección era el Prefecto (RE) Angel Arturo Palmero, quien se encargó de visitar a la viuda de Rigolleau, previas entrevistas pactadas por intermedio del Ing. Roubalski. Sus modales galantes, sus palabras corteses y la compañía de una esposa agradable, encaminaron acciones para persuadir a la sra. Ivonne, y terminaron por convencerla de donar el edificio a los vecinos, a través de la cesión al Municipio. También hubo que hacer gestiones ante el Obispado de Avellaneda, en cuya diócesis estaba incluido el partido de Berazategui, propietario de los terrenos sobre los que se había levantado el edificio. Éste constaba de un auditorio, una sala, oficinas y vivienda para un sereno.

El resto fueron trámites que se hicieron sin pérdida de tiempo y, finalmente, el 24 de mayo de 1978 se inauguró el Centro Cultural "León F. Rigolleau". La sra. Ivonne asistió al acto satisfecha de haber conseguido el propósito de recordar el nombre de su esposo. Lo hizo acompañada de su hermana Mercedes. Las puertas se abrieron con una muestra del maestro Gerónimo Narizzano, un concierto del guitarrista Cacho Tirao y un recital poético con Biby Fedele, Pedro Costa y Rodolfo Rossi.

Al ingresar el público recibió escarapelas -era la Semana de Mayo- y las señoras fueron obsequiadas con ramitos de violetas, gesto que se reiteró en las veladas de gala previas al día patrio de los años siguientes.

Fuera de programa el secretario de Gobierno habló al público -el auditorio estaba colmado- y fue convocando al escenario a quienes habíamos trabajado. Llegaron tan hondo sus palabras que, poco a poco y uno a uno, fuimos bajando la cabeza emocionados. 

A medianoche se entonó el Himno Nacional con lo que concluyó una jornada inolvidable para quienes asistimos

 

EL EQUIPO DE TRABAJO INICIAL Y LOS PRIMEROS PASOS

Dos años antes aproximadamente, habíamos comenzado a desempeñarnos en el séptimo piso del monobloc donde funcionaba la Municipalidad. Éramos un grupo de entusiastas que trabajábamos con mucho empuje, como ocurre cuando hay pasión. Para todos, especialmente para quienes éramos más jóvenes, se convirtió en un espacio para el aprendizaje, la creatividad, y el crecimiento. En muchos aspectos fue Narizzano el maestro del que aprendimos sobre muestras, talleres, cómo encarar una actividad, cómo definir un catálogo, por dónde transitar los senderos de la cultura y sus múltiples expresiones…Por Mabel Harsich supimos de los procedimientos administrativos.

En los primeros tiempos de actividad fuimos conformando un equipo donde las jerarquías estaban en los sellos, porque a la hora de trabajar todos hacíamos de todo… Pintar un cubo que soportaría una vasija de cerámica, tramitar el préstamo de un objeto histórico en un museo, barrer el piso, conseguir el patrocinio de alguna empresa para afrontar gastos, limpiar vidrios o dialogar con el agregado cultural de una embajada… Que la sala y el auditorio lucieran en orden y armonía era el objetivo y nadie rezongaba por hundir las manos en un balde con detergente.

Así nos fuimos conociendo y las charlas de trabajo se intercalaron con asuntos personales cotidianos, que derivaron en la conformación de un clan unido.

Inicialmente, en un intento de sumar experiencia, se crearon comisiones honorarias de artistas plásticos y de música. La primera estaba integrada por Ludovico Pérez, Ferrer Pasquetti, Angel Gargarello, Mario Amisano y Enrique Martinotti, acompañados por Narizzano y Berdyszak que eran parte del plantel de Cultura.

¿Cómo olvidar aquellos tiempos de planificación y acción constante? Imborrables las rabietas entre Narizzano y Ferrer Pasquetti que se sacaban chispas y apreciaban a la par, mientras los testigos obligados improvisábamos excusas rápidas para huir de lo que se avecinaba al ver llegar a Pasquetti…

Debido a que el Centro Cultural quedaba a cuatro cuadras del edificio municipal, era una suerte de isla ajena a la burocracia, donde las reglas generales de los empleados públicos se podían dejar de lado. Las actividades de los talleres, los ensayos, los espectáculos, generalmente se hacían por la tarde y la noche; entonces el horario matutino del resto del personal no encajaba en el área cultural. Igual ocurría con el uso de guardapolvos -que eran de color rosa para el personal administrativo y celeste para el de maestranza- ya que a los asistentes a una velada de gala, un concierto o una vernissage, se los recibía con indumentaria que no los incluía. Detalles como esos eran vistos como privilegios inexplicables por el  resto del personal municipal…

Igual ocurría con el pago de las horas extras, cuando alguna medida las restringía… en Cultura hacían falta para cubrir la apertura de muestras y espectáculos, siempre fuera de los horarios administrativos corrientes, por lo que tronaban voces lejanas de los que no entendían…

El público percibía la pulcritud de cada actividad, pero en la organización, los montajes y las puestas a punto, corríamos invariablemente en los ratos previos, y con imaginación sorteábamos inconvenientes de último momento. El espectador no advertía que éramos un equipo-todo-terreno, luchando para que la hora inaugural llegara con el trabajo terminado. Y, casi siempre lo lográbamos en el límite. Éramos una suerte de incorregibles marginales de la administración pública.

En esos quehaceres lidiábamos con los vientos adversos. Y, a veces, con la ignorancia. En una ocasión en que actuaría la Camerata Bariloche al precio de ofrecer un refrigerio a los integrantes después del espectáculo, el funcionario al que debimos pedir autorización para ese gasto mínimo, preguntó con curiosidad ¿Y los de la Camerata qué hacen…bailan?

También éramos un grupo de inconscientes… En pleno proceso militar, no nos dábamos cuenta de los riesgos y arremetíamos con fuerza. En época de listas negras, invitamos a actuar al Cuarteto Vocal Zupay,  prohibido a principio de los ‘80. Confiábamos en la calidad de lo que hacían y nos lanzábamos a la difusión para lograr que el público asistiera, sin medir a qué nos exponíamos.

Una carta que tiempo después envió Roberto Nazer, el representante de los Zupay, ilustra la situación y lo insensato de nuestras andanzas, donde dice: “…Gracias por la ocasión que nos ofrecieron para ponernos en contacto con la magia, que todavía hoy es posible. Gracias a ustedes. Ojalá tengamos alguna vez ocasión para ejercitar la obligación de la reciprocidad”.

Imposible entrar en detalles, pero vale mencionar la presencia de Mederos, el Pro Música de Rosario, el Coro Nacional de Niños, diálogo con Ernesto Sábato, muestras de numismática, de artesanías argentinas, de artistas reconocidos, del humor y la historieta con dibujantes famosísimos… Así llegó el crecimiento que no se detuvo.

Una constante era buscar ideas para solventar gastos, porque durante muchos años la Dirección de Cultura funcionó sin un presupuesto asignado. Pedíamos, fundamentábamos, intentábamos convencer a las autoridades… y terminábamos redoblando esfuerzos y encontrando alguna alternativa medio subrepticia que nos auxiliara. Cuando se colocó el mástil en el frente del edificio también apelamos al ingenio y con la gente amiga de Obras Públicas que acondicionó una columna de alumbrado se logró izar la Bandera por primera vez.

Y en esos fragores, festejábamos cumpleaños, reíamos con las tarjetas personalizadas que Pedro Costa diseñaba, algunas con caricaturas, que trascendieron tanto que desde los lugares menos pensados le llegaban los pedidos para otras “producciones”. Las otras tarjetas, las de saludo navideño que entonces se estilaban, eran ediciones especiales en las que trabajábamos en equipo para imprimirlas en serigrafía. Y en una ocasión fueron tabletas de cerámica con la fachada del Centro Cultural que pintamos entre todos antes de hornearlas. ¡Cuánto amor y cuánto empeño había, casi sin darnos cuenta!

A veces reíamos hasta llorar… Y lloramos emocionados en varias oportunidades. También defendíamos los proyectos ante quien hiciera falta. Urdíamos terribles venganzas para los que demoraban el trámite que impedía pagar un gasto necesario… que terminábamos costeando con nuestro dinero hasta que alguna vez lo recuperábamos… porque casi nada frenaba el quehacer. Sintiéndonos incomprendidos y  furibundos, al rato una nueva idea nos ocupaba y olvidábamos lo que habíamos tramado para desquitarnos.

Excepto una vez en que -a riesgo de ver rodar nuestras cabezas sin piedad- tomamos revancha. Fue pública, muy notoria y grande la diversión de mucha gente durante semanas… Pero esa travesura/resarcimiento será motivo de otra historia, o, acaso, de una historieta.

Mientras tanto, aquí queda constancia del espacio compartido que contribuimos a poner en marcha y  dejó una impronta significativa en los que participamos. Cada uno siguió su camino, saludablemente marcado por esas experiencias. El Centro Cultural continuó creciendo, gracias al talento de mucha gente, y a la paciencia de mucha otra.

En la memoria de los que seguimos un derrotero propio y en los que se fueron retirando de aquel primer equipo de trabajo, quedó intacta la hebra invisible que nos une a ese tiempo de realizaciones incesantes. Entonces podemos decir con Johann Paul Richter “La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”. Al contrario, estamos en el espacio -único y privilegiado- de los iniciadores, del que nunca nos iremos. Un espacio donde muchos sueños fueron posibles.

Ana María de Mena

Contacto: anamariademena@gmail.com


El Ing. Pierre Roubalski y la sra. Ivonne N. de Fourvel Rigolleau


- La viuda de León Rigolleau en su casa del edificio Kavanagh, cuando contaba ochenta y cinco años de edad


Dino Pazzelli, Martín Castro, Angel Palmero, Mabel Harsich, A.M. de Mena, Félix Berdyszak, y un prefecto funcionario de entonces, escuchando a Gerónimo Narizzano, en una muestra, diciembre de 1976.


El público en el auditorio, observa a Palmero, Roubalski, M. Harsich, E. Rodríguez, G. Narizzano, A.M. de Mena, P. Costa, B. Fedele, R. Rossi, L. Ledesma, G. Cerutti, F. Berdyszak, M. Berdyszak, A. Müller, M. Amisano, E. Martinotti, A. Gargarello, y F. Pasquetti


Baldosa de cerámica, diseñada y pintada por el personal del Centro Cultural “L.F. Rigolleai”, que fue obsequiada en mano, a modo de tarjeta navideña, a auspiciantes y colaboradores


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