Compartimos con Ustedes otro relato de Don Claudio Buffevant, publicado en el libro "El Berazategui que viví II", editado por la Asociación Orígenes de Berazategui
La barrera
Cuando en 1872, se inauguró la Estación de Berazategui, fue obligado trámite la colocación de una barrera a unos 100 metros y allí me instalaron. La calle era de tierra, a treinta metros estaba la casa del tambo de Don Pedro Bassaber, y su hija Margarita; con una hermana, me cruzaban para ir por la vía a la escuela que estaba en San Francisco, las acompañaba un ñandú que siempre volvía solo.
Fui testigo de todos los acontecimientos que marcaron la transición, primero aldea, luego pueblo y después ciudad.
Un día me cruzaban carretas, eran las últimas. De a poco fui conociendo a todos los cocheros de la estación. Recuerdo que por aquel tiempo y dos veces al año, el tropero Don José Barragán, con un buen caballo, unos perros ovejeros y un peoncito, me cruzaban llevando el gauchaje de cientos de terneros del tambo de Don Bassaber.
No fui ajeno al imprevisto espectáculo que significó la nieve, un sábado, el 22 de junio de 1918, nos tomó de sorpresa a todo el pueblo. Por el contrario, algo que no me llamaba la atención, era sentir los petardos que anticipaban el paso del tren en las mañanas o noches de niebla. Así eran de precarios los medios de comunicación.
Don Manuel Alonso, trabajaba de capataz en una red de la pesquería de la costa. Lo veía pasar seguido con un carretón sabalero, lleno de leña para su casa.
Todos los días me cruzaban los primeros tamberos que se dirigían a la Estación llevando seiscientos tarros de leche, cuyo destino era Buenos Aires. En 1929 la novedad llegó hasta mi, ¡El asfalto!
Fue motivo de mi curiosidad el primer camión que transportaba verdura. Era de Don Juan Porfiri y su destino el mercado de Abasto.
Para mi no todo era alegría, un día fui testigo y presencié la muerte del vecino Benavente, por la policía, por cosas del momento.
Había días en que recibía una compañía insólita, chivas que un vecino criaba y que venían a comer el pasto que crecía a orillas de las vías. También cruzaban y me divertían los paveros arriando los pavos, que eran vendidos para las fiestas de diciembre.
Aquellos carros cargados con mimbre, que con tanta carga, casi me rozaban por su altura al cruzar.
Era mucha la gente que pasaba para comprar manzanas baratas que vendían en vagones que llegaban de Río Negro y se estacionaban cerca mío.
Vi caer en 1932, una lluvia de cenizas cubriendo las vías, las calles y casas, formando una capa de considerable espesor que procedía de un volcán chileno.
Mi compañía natural era el Sr. Doves que estaba a cargo de la garita. Tenía señora e hijos. Costeando las vías plantaba verdura y flores: los junquillos que por muchos años vi salir y florecer, eran los bulbos enterrados que seguían saliendo. En el 37, me levantaba y bajaba canturreando unmuchacho que le decían el Tanito. con el tiempo fue el Tano Alberto Marino.
En 1938 vi por primera vez pasar la barrera al colectivo Nro 1, el Blanquito. Aunque no me cruzaba en 1944, el 12 de octubre fue la parada del Expreso Ranelagh, el punto de partida del recorrido.
Me fui acostumbrando a hechos sorprendentes, como ver a tres o cuatro caballos esperando que me elevara para pasar, eran de Ranelagh y los traían a herrar o desvasar a lo de Valentín Herrero y si no venían a buscarlos, los largaban.
Quiero expresar todas mis experiencias, de allí los saltos en el tiempo, pero hay algunos insoslayables.
Corría el año 1960 y ante mi sorpresa me cruzó una caravana de autos, camiones, bicicletas, con bulliciosa muchachada y ciudadanos de todas las edades con banderas. Los guiaba una ilusión, concretar el de autonomía de Berazategui. El viaje no fue en vano, al poco tiempo, me convertí en la barrera de la calle 14 de la ciudad de Berazategui.
En mí, terminaban los corsos y con ellos las parejas que habían comenzado a tratarse, combinaban sus próximos encuentros. ¡Hoy serán abuelos! Es posible que el organillero con su cotorrita les hablara de su suerte. También me llegaba la algarabía de los días patrios que se festejaban con gran júbilo y a los que adhería todo el pueblo.
Siempre fue una vida entretenida y no siempre agradable, Pero fui testigo de todos, todos los acontecimientos, buenos y malos. En tiempos en que los médicos salían de noche, en crudas noches de invierno, después de pasar el tren, me levantaba y solía darse que el coche que estaba esperando, no pasara, el que estaba al volante se había quedado dormido y el profesional dormido podía ser el Dr. Mario Di Yorio, Federico Torres o el Dr. Juan Greco.
Mi vida era plena de estampas. Como en un tango. No faltaban el farol, la niebla, los cocheros, los canillitas, la ronda del vigilante, tierra y asfalto, las chicas con su vestido de percal.
¡Sí, todo era como un tango!
!Hermosas palabras!
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